Si te ves, de pronto, corriendo (no de forma torpe, más bien casi inconsiente), a un lado de otros que apenas percibes, mientras se levantan de la tierra ráfagas de polvo que no hueles, como si un dios furibundo soplara o escupiera desde dentro, y entonces escuchas un zumbido sin fin muy dentro tuyo y sostienes con firmeza tu vista hacia algún lugar del frente, sin poder verte los pies, sin pensar Casi llego, sin pensar. Y si escuchas, también, como llantos o gritos a tus lados y tropiezas dos o algunas veces con bultos no del todo inertes y tienes tapada la nariz por un finísimo polvo que te cegó el olfato. Si puedes sentarte entonces, Aquí, en esta roca, si te sientas y piensas Voy a verme los pies, o dices -para nadie- Estoy cansado, y volteas a ver el nombre bordado en tu uniforme; si, incluso, puedes ver la pequeña bandera que llevas en el hombro y desde ahí sentado listas los nombres de los diez primeros cuerpos que observas y concluyes: A éste no lo conocía, a éste tampoco. Si ves un momento en medio de tus pies y, con tu mano libre, te limpias el sudor, si te paras, de pronto, sosteniendo con más fuerza tu arma y corres rápido como uno de esos látigos de polvo y plomo que emergen violentos desde el suelo, te darás cuenta que uno, en ciertas circunstancias, sólo es héroe porque sabe que ya muerto no hay nada que perder.
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